César Barrera Vázquez
Si colocar muros de madera, vallas de metal y cerrar la puerta de palacio de gobierno solivianta las manifestaciones de los grupos feministas, luego entonces se debería cambiar diametralmente la estrategia por una de puertas abiertas, empatía y de una franca invitación al diálogo que genere el efecto contrario y las apacigüe.
Por lo tanto, al haber diálogo se neutralizaría la confrontación, porque se estaría escuchando a las mujeres y atenderían sus legítimos reclamos, pues ellas están genuinamente agraviadas por la violencia feminicida y la violencia sistemática que persiste aún en la sociedad.
Consiguientemente, si la política de puertas cerradas sólo ha propiciado que cada vez sean más virulentas y destructivas las expresiones de indignación por los homicidios de mujeres y feminicidios en Colima, en el 2025 es ineludible la apertura a un diálogo en el Palacio de Gobierno. Esa es la alternativa más racional, pues lo contrario es instalar muros de metal y que cada año sean más altos.
En ese sentido, ¿qué hubiera pasado si, en lugar de un muro de madera, las manifestantes hubieran sido convocadas con antelación para sostener un diálogo directo con la gobernadora y el Fiscal General del Estado, así como representantes del poder legislativo y judicial?
Si las manifestantes basan sus protestas enconadas en la falta de empatía y el desdén de las autoridades, la invitación de la gobernadora a escuchar sus planteamientos habría desactivado cualquier conato de confrontación, pues sería más que patente la disponibilidad de la autoridad para atender sus demandas.
Así, cualquier acción de violencia por parte de las manifestantes hubiera quedado deslegitimada y su movimiento se habría desvirtuado ante la sociedad, incluso ante las mismas mujeres, pues el objetivo de estas marchas es que sean visibilizadas y escuchadas. (Si hay mano negra en estas movilizaciones, como dicen, quedaría expuesta).
Por eso no se entiende por qué las autoridades, en estos dos años, han optado por la contraproducente falta de diálogo, de apertura y de predisposición, porque ese mismo silencio y desdén legitima a las manifestantes feministas, quienes además ven en esa postura indolente una provocación, a cuya afrenta responden catárticamente con la destrucción de un espacio que simboliza esa desidia.
De ahí la importancia, precisamente, de que se revalorice el Palacio de Gobierno, desde la mirada de esas mujeres, como un espacio de mutuo entendimiento, donde se les escuche y tome en cuenta cada uno de sus planteamientos, pues es claro que la violencia feminicida no se puede resolver sin escuchar la voz de quienes la padecen.
Dos puntos
Los actos de destrucción no se justifican, pero sí explican que algo está mal y tiene que cambiar.